¡Oh, amable y serena monarca de las noches!
que en la alborada por tu mirada
mis letras caen enamoradas.
¿Es tu luz una llamada a los sueños
o es tal vez tu espectro mortecino
el frágil luto de todos ellos?
No hay duda, ¡mujer eres!
en tanto que a los hombres conmueves
y en su destino incierto, que roba su aliento,
con libertad huraña tus andanzas tejes.
¡Cuántas veces maceraste con gentil mano
la pira de mis ideas!, que cual madera
se extinguía en la pasividad de una quimera.
¡Ah, mujer de los mil rostros solemnes!
Una vez más el marfil vinílico de tus ojos platinados
ha traspasado el velo de mi ventana,
dejando en mí su eco de cálida oleada
y en ella el canto del batir de mis alas.